RECUERDOS QUE NO VOY A BORRAR

“CIERRA LOS OJOS Y ESCUCHA” (JujoTorres) © 2008
Cierro los ojos y te veo allí, nítidamente, en el rincón pobremente iluminado por el velador de pantalla amarillenta. Las pipas en los estantes y vos disfrutando de la música que vomita el Wincofón, cómodamente espatarrado en uno de los sillones de mimbre blanco. Sos la caricia en la espalda, las mimadas sin complejos ni vergüenza y a la vez, yo soy el depositario de un secreto que jamás develé y ahora me reencuentra: el escondite de tus libros y discos “prohibidos” (“Z”, “Miguel Hernández”, alguno de Larralde, biografías de Lenin disimuladas debajo de un forro de papel madera, etc., etc.).
Cierro la puerta que queda a mis espaldas, giro a la derecha y bajo los cuatro pisos en el ruidoso ascensor. Salgo, salto los escalones, vuelvo a dejar la ahora acristalada puerta de la entrada y giro una vez más a la derecha. Camino a ritmo constante y paso delante de la pizzería del ilógico gallego Signorini. De nuevo giro a la derecha y vuelven a mis oídos el bullicioso cacareo de las “beatas de Imelda”, cruzo con precaución al lugarteniente del General San Martín y sigo hasta sortear los peligros de ese río de vehículos que se disputaron largo tiempo otro de los subordinados del Libertador y el canalla del Restaurador.

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En éste punto todo se acelera, sin perder la claridad ni la sensación de goce y bienestar que me provocan los recuerdos… y la música, ¡sigo sin acertar la melodía!
La enladrillada fachada de la República hermana, con su patio central en el que compartimos juegos y compañeros en épocas distintas. La casa de la abuela, cercana, pegada a tu infancia. Las baldosas frías de la cancha en la que me quedaba aún después de que apagaran las luces… el cercano crepitar de las vías del ferrocarril. La espera durante tus titánicas y maratónicas disputas con el taxista, o la imagen de tu parsimonia y semblante inmutable ante el manojo de tics y espasmos del otro rival. La vuelta a casa.
Hoy desperté con la melodía del dulce fuelle martillándome la cabeza… con la ayuda providencial de uno de esos amigos que aparecen sin previo aviso, pero con la fuerza de lo eterno, la recuperé.

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Abro los ojos y la única diferencia es el decorado que me rodea, no hay sillones de mimbre ni fumo en pipa. El Wincofón ahora tiene mayor calidad y definición, la música es la misma, la hermosa canción que me permite transportarme, sortear el inmenso océano que nos separa y me deja conectar contigo. Cierro los ojos y me acurruco en el sillón, sintiendo la mimada, la caricia en la espalda.


1 comentario:

Sir Lothar Mambetta dijo...

Buenísimo, Jujo. Pura emoción.