EL GRAN HERMANO INFINITO



“THE TRUMAN SHOW” (Peter Weir) © 1998

El argumento parece ciencia ficción: ¿qué pasaría si a un individuo le producen un mundo aparte, ficticio, en el que todas las personas –excepto él, que no estaría al tanto– actúan sus respectivos papeles? Truman Burbank (el histriónico e insoportable Jim Carrey) es el indefenso e inocente animador de un programa de televisión que comenzó con su nacimiento y debería terminar el día de su muerte. El Truman Show es eso, la historia íntegra, en tiempo real, de su vida. También es la más faraónica producción jamás emprendida por un medio audiovisual: miles de cámaras, un gigantesco set de filmación –eso es Seahaven, la isla en la que vive Truman– con actores principales, secundarios e innumerables extras. La corporación que promueve el show (y a la que Truman pertenece en términos legales) es un monopolio incuestionado, omnipotente, al que preside un capo mediático llamado Christof. Esmirriado, parco, gélido, de mirada penetrante, mezcla de empresario con gurú, siempre vestido de negro (¡y encima pelado!), así es el personaje que compone Ed Harris.

La vertiente moral de la cinta también podría tomar forma de interrogación: ¿hasta dónde tiene derecho la industria del espectáculo a manipular la vida de una persona para convertirla en un show? Y eventualmente: ¿hasta dónde son cómplices los espectadores? La progresión del film, signada por la inocencia, toma de conciencia, asfixia y rebelión de Truman.

Guillermo Ravaschino – www.cineismo.com

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