OCTAVIO

¡Qué triste se sentía Octavio! Él no había nacido en Gaza ni en Sierra Leona. Tampoco en un país donde más de la mitad de la población viviese en la miseria. Es que ni siquiera en un barrio con carencias de algún tipo (salvo neuronales). No, tenía todo lo necesario a su alcance, pero él estaba triste por alguna estupidez, por algo que cualquier espécimen no humano no podría darse el lujo de imaginar porque la vida depende en cada momento del presente, que es al fin y al cabo lo único que existe. No se pueden dar el tiempo para pensar en las decisiones tomadas una tarde de primavera de dos años atrás ni se horrorizan ante el descubrimiento de un pelo blanco en su pelaje.
No, movidos por la fuerza más básica y pura, salen cada día a tratar de vivir un día más, una hora más, un ahora más sin dejar de ser conscientes que el tiempo pasa, pero sin necesidad de asumir nada porque no se engañan a sí mismos. No tienen la ilusión de vivir eternamente ni sueñan con playas de arena blanca (salvo algunas tortugas marinas, cangrejos ermitaños, etc.) donde estar tumbados sin hacer otro movimiento que mirar la bandeja y elegir.
Pero Octavio se sentía tannnn triste. Los seres que lo rodeaban captaban aquella energía antinatural y sin necesidad de meditar al respecto o intentar ponerle nombre (¡qué manía!), se dedicaban a “lo único”: comer sin ser comidos. Dentro de poco “lo único” sería buscar una pareja y a esperar a que el instinto dicte qué es “lo único” en cada momento. Pero Octavio, que era dueño de un físico ideal para sus necesidades, tenía alguna cuestión trascendental atascada en su mente, alguna pregunta o varias o alguna ilusión o desilusión, no lo sé. Es muy extraño que una araña esté deprimida. De hecho, Octavio era el primer arácnido de la historia (según consta en nuestra base de datos) en presentar un desorden psicológico referente a la falta de realización como individuo. Y nos llamó la atención porque además de proporcionarle comida y algunas hembras en un hábitat propicio, lo habíamos beneficiado (gracias a nuestro manejo de la genética) con una inteligencia superior a la de su especie. Pero Octavio se hundió en sí mismo y después de varios días sin comer ni hacer otra cosa más que suspirar, dejó escrita una frase en el tallo de aquella planta que tanto le gustaba y se escapó. Se descubrió más tarde que del armario de los frasquitos de colores, faltaba una séptima parte de una pastilla cuya composición no podemos revelar, pero que habría sido mortal para cualquier arácnido de las dimensiones de Octavio. Nunca más se supo de él. Los seres con los que convivió, pasaban cada día por delante del tallo tallado (?) por Octavio, que en un idioma no humano decía “No me olviden”. Claro que estas palabras tampoco las entendieron las arañas, básicamente porque no saben leer… ni lo necesitan.

Así fue el final de Octavio. Una verdadera humanada.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy su fan nuevamente ,octavio : hasta el nombre del aracnido es elocuente y preciso .
congratuleiyon.
Desde ankara ,todavia , el que sigue siendo anonimo hasta para el mismo.
Ahora copio esto que dice aqui escrito, slock?

Mambetta dijo...

Mi palabra a verificar es "rifie" y creo que es tan elocuente como "octavio". Le envío un abrazo para usted y unas caricias para su perro. Gracias nuevamente.

Anónimo dijo...

jajajjajajaja ,no tengo perro en ankara las unicas mascotas son ciberneticas y virtuales como yo mismo ,igualmente siga asi .

Mambetta dijo...

Estaba pensando en poner una veterinaria en Ankara, pero me lo voy a replantear. Gracias por el dato.