YO TAMBIÉN ERA UN PAJERO COMO USTED

“Yo también era un pajero como usted” del Licenciado Gomes Ende fue un éxito. Y ese fue el motivo de que fuese un desastre. Ése y el subestimado poder de la palabra.
El futuro Lic. Gomes Ende comenzó a escribir a la tierna edad de cuatro años y como tanta gente, comenzó por su nombre (que años después reemplazaría por la palabra “Licenciado”).
Al ingresar en la escuela primaria, frases como “Mi mamá me mima” o “Amo a mi mamá” fueron las primeras en transmitirle a través de la palabra escrita una serie de sentimientos que hasta ese entonces solo había descubierto por otros medios. Conocía el amor que su madre sentía por él y viceversa, pero siempre en formato estándar, es decir, lenguaje oral y corporal. Pero ahora descubría en la escritura la posibilidad de dejar documentado este sentimiento en un medio a prueba del paso del tiempo. Y así comenzó a explotar el poderoso don de la escritura.
También captó otra fuerza contenida en los escritos: la posibilidad de transmitir sentimientos a personas que no estuviesen involucradas directamente con el texto… y recibir una carnosa recompensa: Tenía casi ocho años cuando le mostró a una vecina (de veintipocos de edad y cientobastante de pecho) un papel que decía “Mi mamá es la más linda del mundo”. Ésta dejó escapar a través de su rostro y su voz manifestaciones de ternura y pruebas fehacientes de que se sentía emocionada e inmediatamente, el pequeño Gomes Ende fue víctima de un abrazo apasionado que incluyó una excursión a las profundidades del Valle de Bustos, que le hizo olvidar hasta su propio nombre.
Por supuesto que también conoció la retrocarga que conlleva disparar munición escrita y en los primeros años de metamórfica adolescencia quiso compartir un sentimiento con el Gordo Mortadela (un compañerito de la escuela con amplia experiencia en cursar el primer año de secundaria). Nunca había visto tal reacción ante un sentimiento tan puro. Y es que cuando Mortadela leyó “Me encantaría meterme con tu vieja y tu hermana en pelotas, en una bañera llena de duraznos* en almíbar”, se le pusieron los ojos muy rojos, las manos muy pesadas y móviles a la vez y ya no trató de entender que el sincero deseo de Gomes Ende no quería herir a nadie, sino todo lo contrario.
Gracias a experiencias como esta, Gomes Ende aprendió que el amor o la curiosidad sexual que él sentía entre otros sentimientos, podía ser malinterpretada y decidió tener más cuidado con ciertos organismos de censura, en especial con los del tipo Gordo Mortadela.
Los años de universidad (palabra que promete más de lo que cumple) lo encontraron escribiendo relatos** apasionados donde el alma quedaba al desnudo, pero se decantó por otros estilos donde lo que menos importaba que estuviera desnuda era el alma. Los contenidos eróticos de alto voltaje, pornográficos, zoofílicos, necrof…etc. eran fruto de su sincera curiosidad y (teniendo en cuenta que hay gente para todo en este mundo) llegaban a emocionar a un grupo de personas sensibles a estos estímulos, cada vez más numeroso. Mientras tanto, Gomes Ende continuaba experimentando a base de prueba y error las diversas posibilidades del cuerpo, pero su corazón había entrado en un período de reposo y no sentía nada en especial por ninguna persona, más allá de sus capacidades o incapacidades físicas.
La edad adulta llegó como esa tía de su madre que no anunciaba sus visitas ni mostraba intención de irse. Sintiendo un vacío espiritual, decidió hacer una mirada hacia su interior pero lo único que consiguió fue dedicar ocho años de su vida a la masturbación y el registro escrito de estas experiencias. Catorce mil trescientas veintidós páginas de documentación sobre el sexo en solitario, escritas con la mano izquierda.
Pero si de su padre había heredado la dudosa capacidad para deprimirse, era de su madre de quien recibió la fuerza para superarse y solía decir en referencia a esa época: “Por Gomes llegué a tocar fondo y por Ende tuve que salir a flote”. Así, luego de un largo período tratando de descifrar pilas y pilas de manuscritos (Gomes Ende era diestro) y de hacer una selección de sus experiencias, se editó “Pajero. Todo lo que no debe saber sobre la masturbación”, que fue el primer best seller onanista desde los exitosísimos libros de Jorge Bucay.
Toneladas de cartas de agradecimiento de millones de autoamantes de todo el mundo lo impulsaron a editar “Pajero II. Placer vs. Tendinitis”. El Éxito no solo golpeó su puerta, sino que la tiró abajo y fue censado en casa del Licenciado, quien aprendió a firmar autógrafos con la boca.
Y así pasaron años de exitosa autolujuria hasta que, en un ágape en casa del embajador de Namibia, conoció a Vilma García D’Arousa, de quien se enamoró perdidamente. Al fin, después de años de experiencias físicas y mentales, sintió que su espíritu encontraba el camino hacia la felicidad. Gracias a Vilma conoció un mundo nuevo. La suave dulzura de ella atravesaba la insensible barrera de callos y ampollas que cubrieron la p… pobre alma de Gomes Ende durante años.
Pero al igual que el saber popular afirma que “el amor dura lo que dura dura”, la felicidad en este tipo de relatos también se pone flácida al cabo de un tiempo no determinado. El Lic. Gomes Ende, inundado de algarabía y regocijo, decidió compartir con el mundo su nueva fórmula de la felicidad y editó “Yo también era un pajero como usted”, obra que rompió lazos filosóficos con sus anteriores manifiestos sobre el amor autogestionado. Como sus otras obras, vendió millones en tiempo record pero fue la Tragedia la que llegó al barrio con la dirección de Gomes Ende escrita en un papelito y tocó el timbre al mismo tiempo que el nieto del (verdadero) asesino de Kennedy y decepcionado fan del Licenciado. El exitoso autor de obras como “Pajero V. Hasta la ceguera no paro” abrió la puerta de su domicilio y recibió tres disparos provenientes de un arma que empuñaba un muchacho con mal de Onán (es como el mal de Parkinson pero se manifiesta en la mano hábil solamente). A causa de su temblor, los disparos fueron muy imprecisos y las balas se alojaron en el cuerpo del ex gurú de los onanistas, pero no dañaron órganos vitales. Gomes Ende murió de asfixia pocos minutos más tarde a causa del estrechamiento de la glotis, producto de su hasta entonces desconocida alergia al plomo.
Su asesino se entregó a las autoridades dos horas más tarde, después de haberse automutilado el brazo derecho y haberlo enviado a Vilma, quien decidió enterrarlo junto al cuerpo del mártir Gomes Ende, en el Panteón de los Pajeros Caídos, donde siempre hay una corona de flores que dice: “De parte del 93% de los hombres y del 58% de las mujeres, según ciertas estadísticas”.

YA ACABÉ

* Melocotones.
** Atrás quedaron las frases sueltas para dar paso a otro tipo de construcciones, más edificadas.



1 comentario:

Niembraaa dijo...

Cazoleiro: me mataron todas las canciones, pero este tema es lo más. También destacable la foto de la infancia del Culorado Liberman comiendose el fideo con leche.