CLÁSICO DE CLÁSICOS

“EXILE ON MAIN STREET” (The Rolling Stones) © 1972
Son muchos los ingredientes que hacen de “Exile On Main Street” un disco legendario: la disoluta vida que los Stones llevaban en el sótano del castillo de Keith Richards mientras grababan el disco; los personajes que entraban y salían del estudio, entre los que se podía contar a Gram Parsons, Nicky Hopkins, Dr. John y Billy Preston; los traficantes y delincuentes con los que Keith trabó amistad y que condimentaban el ambiente con sus variadas especias vegetales y químicas. Pero hoy, casi cuarenta años después de los hechos, cuando los participantes de la juerga ya están muertos o transformados en responsables hombres de negocios, lo que queda de ese oscuro verano en la Costa Azul francesa es la música, quizás la mejor que los Stones han grabado hasta la fecha.
“Exile” es la culminación de una época de enorme productividad para los Stones, un período de aprendizaje y reciclaje de blues, rockabilly, góspel y country que se inició con “Beggar’s Banquet” 1968 y continuó con “Let It Bleed” (1969), “Get Yer Ya Ya’s Out!” (1970) y “Sticky Fingers” (1971). Si bien estos discos marcaron un antes y un después en la carrera de los Stones, convirtiéndolos en la banda de rock más grande de su tiempo, la diferencia entre “Exile” y sus predecesores es notoria.
En primer lugar están las historias que nos cuentan las canciones. En los cuatro discos anteriores hay un reciclaje de oscuros temas compuestos por bluseros y rocanroleros de la primera generación que nos hablan de historias ajenas a la vida que llevaban los Stones, como “Little Queenie”, “Oh Carol”, “Prodigal Son”, “Love in Vain” y “You Gotta move”. Los temas propios, por otro lado, están llenos de personajes mitológicos (como el diablo de “Sympathy Fort he Devil”) o de exageraciones de la propia vida de Jagger y compañía (como “Sister Morphine” y “Midnight Rambler”).
En “Exile” las Stones abandonan el terreno de la literatura fantástica y se convierten es escritores realistas. Desde “Rocks Off” hasta “Soul Survivor”, pasando por momentos culminantes como “Torn and Frayed” y “Happy”, los Stones empiezan a hablar de ellos mismos usando el material de sus propias vidas: los paisajes que frecuentan, la gente que duerme en el pasadizo de sus lujosas mansiones, la suciedad y la mugre con la que se enfrentan al despertar en el baño después de una borrachera o los parásitos que pululan las sábanas de los burdeles en que a veces acaban. Nunca antes habían escrito desde esta perspectiva tan reveladora. Y no volverían a hacerlo otra vez. El mito vende más.
Incluso la portada del disco, con fotografías de gente deforme al lado de crudas fotografías sin ‘glamour’ de los propios músicos (cortesía de Robert Frank) trataba de poner los pies en la tierra. O en la mierda, como bien dice la letra de la canción que abre el segundo lado del primer disco: “Sweet Virginia”.
En segundo lugar está la música. En “Exile” uno ya no encuentra los pastiches folk tipo “Country Honk” o las fieles versiones de blues como “You Gotta Move”, ni siquiera los sentidos pero tímidos reciclajes country al estilo “Dead Flowers”. Aquí todo es síntesis e invención. Las canciones tienen tanto de rock como de country como de folk como de blues como de góspel como de rocanrol. En “Exile” las canciones están inventando un nuevo género en el que todas las influencias se funden para crear un lenguaje personal nunca antes llevado a cabo. Este es el disco en que los Stones dejan de rendir homenajes para tomar la posta.

Francisco Melgar Wong ©
Escritor peruano, columnista de distinas revistas y diarios locales y blogger. Actualmente dicta clases de historia del rock en el Centro Cultural Peruano Británico.



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