LA MESA DE LOS GALANES

“SACANDO EL CUERO” (JujoTorres) © 2009

La escena se desarrolla en un bar cualquiera, pongamos que en Buenos Aires. Cuatro amigos comparten una cita mensual para tomarse unas birritas y comer una picadita, siempre religiosamente el último viernes de cada mes. Se cuentan sus cosas, repiten una y otra vez las mismas anécdotas e intentan mantener viva una amistad que va ya por las dos décadas… aunque todos sabemos que hay cosas que no se mantienen mucho tiempo, o al menos en condiciones aceptables.
-Y me dijo: “¡Stagnaro… para cuando ese mate!”. Yo le contesté: “Es que hace frío y el agua no se calienta, mi sargento”, y…
-¡Já, já! -reían, interrumpiéndolo, dos de sus amigos. Al tercero le aburría escuchar siempre la misma pelotudez.
-… y el correntino del orto me soltó: “¡Putéela a ver si se calienta, tagarna!”.
Los tres lloraban de la risa, como cada mes, al escuchar una y otra vez la historia, como si repitiéndola hasta el hartazgo mantendrían viva la vieja y desgastada amistad que los unía. Todos reían menos Sergio, el más serio y el más centrado, que permanecía inmutable. Últimamente parecía no disfrutar mucho de aquellas reuniones.
Cuchi codeó a Laureano, el protagonista de la anécdota, y le señaló con el mentón en dirección al semblante de piedra de Sergio. José seguía con los espasmos ocasionados por la gracia de la historia que él si no se cansaba de oír una y otra vez, y su gesto se tornó serio y amargo… al ver a Sergio y a sus otros dos amigos.
-¿Y a vos qué carajo te pasa? -inquirió serio (en realidad enojado) Laureano.
-Eso, che, cambiá esa cara de orto - acotó Cuchi, con toda la intención de echar leña al fuego.
-Dejálo, hoy seguro que se levantó con el pie izquierdo - intentó suavizar José.
-No, en serio, parece que para “EL SEÑOR” sus amigos son medios boludos –remarcó Laureano visiblemente encendido, y a continuación se tomó el Cazalis de un trago.
-Aburren, nada más… ¿no tienen otras cosas que contar? -dijo sin mirarlo Sergio, con una sinceridad apabullante que Laureano tomo como desprecio.
José se incomodó, Cuchi se removió en el asiento esperando la tormenta que se avecinaba.
-¡Claro!... como el señorito inglés no hizo la colimba por “ese problemita” -remarcó esto último irónicamente y con toda la intención de hacer daño-, las historias de sus amigos no están a su altura.
Sergio seguía sin mirarlo, ajeno a la provocación, se puso de pie y quitó unos pesos del bolsillo que dejó sobre la mesa y se marchó con un seco y cortante “ya hablamos, chau”.
Nada enojaba más a Laureano que lo dejaran con la pelea en la puerta, caliente como nunca se sirvió un nuevo (y generoso) vaso mientras puteaba entre dientes a su amigo.
-¡Puto relajado…!
-¡Sos boludo, che! Siempre la misma historia, ¡parecen dos pendejos! -intentaba parecer enojado José.
-O.A.D… ¡la concha de tu madre! -continuaba masticando rabia Laureano, ignorando lo que le decía José.
-¿Qué decís?
Cuchi se hacía el tonto, en el fondo disfrutaba con esas peleas. A él tampoco le caía bien el pedante de Sergio.
-O.A.D… O.A.D… Orificio Anal Dilatado… ¿qué va a ser?
-¡Si sabés que fue por pie plano! -acotó nuevamente José, diplomáticamente.
-¡No viejo, Orificio Anal Dilatado!... me juego las bolas a que tiene el sellito en el DNI, o…
-¡No jodás…! -Cuchi no podía reprimir más la carcajada.
-… te pensás que ser “discípulo” del Yan Pol Galtié ese…
-Eric Chartier… -corrigió José.
-¿Qué…? -Laureano odiaba cuando lo corregían.
-Eric Chartier, peinador estilista. -acotó Cuchi con sorna.
-Bueno, como mierda se llame… ¿te pensás que para laburar con esos maracas no tuvo que agacharse? ¡Si debe tener el culo como la bandera de Japón!
-No seas boludo… eso fue mucho después -a José le molestaba que blasfemaran así a su amigo. Si en la época de la colimba estábamos en el Cuba todavía.
-Da igual… ¿me vas a decir que no se la come?
Acá si entraba en juego la envidia. Y es que Sergio era el que mejor llevaba el paso del tiempo. Cuidaba su aspecto casi rozando la obsesión. Mantenía un bronceado parejo todo el año, el cuerpo modelado durante horas en el gimnasio y siempre vestido según las últimas tendencias de la moda. El pelo seguía cayéndole por los hombros como hacia veinte años. Nunca se casó, pero eran conocidos sus innumerables aventuras con muchas mujeres (algunas famosas) y todo por rumores, ya que él era todo un caballero y no era de los que alardeaban ante sus amigos de sus maratones amorosos. Además, su trabajo como mano derecha del conocido coiffeur Rubén Orlando le exigía la mayor de las discreciones.
Laureano ya no disimulaba su indisimulable calvicie, ésta se había adueñado del centro de su cabeza y sólo dejaba sitio a unos pocos pelos rebeldes que poblaban la parte superior de sus orejas y la nuca. Estaba felizmente casado (en segundas nupcias) con el gran amor de su vida, Pilar. El azar los había juntado y separado una y otra vez y al final decidieron dejarse de joder y consumar lo que tanto deseaban. José era más bien rechoncho, poco agraciado… insulso, con un corriente y vulgar aspecto, casado con una abogada que estaba de mejor ver que su marido. Cuchi sencillamente era un desastre, un chanta, simpático, nada a destacar pero gracias a su labia nunca le faltó “alimento para el canario” (como siempre repetía).
-En vez de disfrutar los pocos ratos que nos vemos… -se puso de pie José, miró la cuenta y rápidamente dejó su parte sin un céntimo de más.
Cuchi paró en seco, agarrándolo del brazo, otro brote de Laureano y se despidió con un beso y un abrazo de su amigo. Laureano se hizo el ofendido y miró para otro lado, despechado, cuando José lo saludó.
-¡Y éste boludo desde cuando es el abogado de los trolos! -seguía masticando bilis.
-No seas malo y compadécete de un pobre tipo -dijo con una sonrisa entre dientes Cuchi, que siempre hacía lo mismo segundos antes de soltar “una bomba”.
-¿Qué sabés vos, hijo de puta? –volvió a sonreír Laureano frotándose las manos.
-Cosas que se dicen por ahí… -se hizo el interesante Cuchi, tomando su vaso de vermú mientras miraba a las otras mesas.
-¡Dále boludo, contá!
-Me dijeron, y no te voy a revelar la fuente, que tu O.A.D. “se movió”, y más de una vez, a la “Señora Abogada”.
-¡No jodás…! -se dejó caer Laureano contra el respaldo, totalmente abatido por la novedad.
-Como oís. Ojo, eh… y de buena fuente.
-¿Quién…? -saltó como impulsado por un resorte su amigo.
-“Se dice el pecado pero no el pecador” -sonrió.
¡Ah… qué gusto!, llevaba tanto tiempo queriendo decir ese dicho.
-¡Dale, salame… no te hagás la puta y contame!
-Bueno -mucho no tuvo que insistir. En realidad moría por “vomitar” aquello. Se lo contaron a la Rusa… una mina que va a la peluquería y es amiga de ella.
La Rusa era la consorte de turno de Cuchi.
-Parece que los cacharon a la salida de un telo…
-¡Qué hijo de puta…!
-… y dicen que no es la primera vez.
-¡Qué gordo boludo, si supiera que defiende al que le pone la cornamenta!
Se mantuvieron en silencio, absortos. Compadeciéndose de la desgracia de un amigo y la fortuna del otro.
-Che, la “boga” está para un polvo, ¿no? -quiso romper el hielo Cuchi.
-Sí señor, para más de uno…
-¡La verdad no sé qué le vió al salame del gordo…!
-¡No seas animal, che! Pobre José.
-Sí, pobre José.
Se volvió a instalar el silencio entre los dos, cada uno perdido en sus pensamientos.
-¿Será verdad, che?
-La Rusa dice que la que se lo contó es de fiar y encima amiga de “la doctora”.
Laureano terminó con el puñado de manís que quedaban en uno de los platos.
-¡Qué hijas de puta son las minas…!
-Si, loco.
-Seguro que la turra esa como se lo contó a la Rusa, lo divulgó por medio Buenos Aires -Laureano se encontraba realmente compungido.
-Ya sabés como son, se regodean con la desgracia ajena…
-¿Te las imaginás en una mesa como ésta?...
-Tienen la lengua bífida.
-… no perderían un segundo sin sacarle el cuero a una amiga.
-No, ni un segundo. Le clavarían una cuchillada por la espalda.
-¡Qué turras, no saben lo que es la amistad verdadera! -Laureano se puso de pie, hizo la cuenta, dejó las monedas que faltaban y ante el tímido amague de Cuchi de buscar su billetera, lo paró en seco con un gesto de su mano. Dejá que te invito.
Cuchi, como siempre, no opuso demasiada resistencia. Se despidieron con un abrazo y cuando estaban alejándose cada uno para su casa, Laureano recordó:
-¡Uy, loco!... el mes que viene no estoy. Me tengo que ir a Cutral-Có por laburo.
-¡Qué cagada!... no te calentés, yo le aviso a José y a…
-A Sergio le aviso yo, tengo que arreglar éstas “chusas” antes de irme –lo dijo mientras se acomodaba el poco pelo que poblaba sus parietales, haciendo uso del reflejo de su imagen que le devolvía una vidriera.

1 comentario:

Sir Lothar Mambetta dijo...

¡Espectacular!
Algunos nombres me suenan. Seguro que son todos putos pero que quede entre nosotros.

Un abrazo.