MALO, MALO, MALO

“LA MUERTE NO REDIME A NADIE” (JujoTorres) © 2010
¿Era obligatorio velar a una persona?, pensaba Clotilde apoyada en la ventanilla del diferencial del 60, que hacía el recorrido Escobar-Chacarita prácticamente sin escalas. No se le ocurría esto para evitar escenas típicas de una película italiana o la tortura de volver a ver viejas caras conocidas que contarían la misma anécdota de siempre, para luego intentar tomárselas a la primera de cambio evitando la palmadita en la espalda y las palabras vacías de consuelo. No era el caso.
Sabía que nadie se acercaría a darle el último adiós a su hermano, o quizás eso era lo que más temía… que apareciera algún despechado queriendo cobrar una deuda o que montaran una escena contando la estafa a la que el (ahora) difunto los había sometido. Ella era la única familia que le quedaba… que tuviera ganas de verlo, aunque sea muerto. A los pocos primos y/o parientes más o menos cercanos que llamó para contarles la novedad, la mayoría reaccionaron con una (irrespetuosa) sonora carcajada y otros simplemente cortaron, luego de proferir una indescifrable e incalificable cantidad de insultos.
Ella se enteró de casualidad… más bien, se lo comunicó el propietario del piso en donde su hermano pasó los últimos años de vida. Fue un poco grosero, primero se preocupó por cosas tan banales como son meses de atrasos en el alquiler y después le aclaró que la llamaba porque su hermano no podría hacerse cargo, ya que había fallecido.
Escarbaba en cada rincón de su memoria a la busca de algún recuerdo agradable de su hermano pequeño, pero le fue imposible encontrar algo. Siempre la mentira, la trampa, la deshonra, la desfachatez, la falta de escrúpulos… la vergüenza, era lo único que podía asociar con él. Un mal bicho, no era lo único que se le ocurría para describirlo, pero sí lo más apropiado ya que hijo de puta le parecía una deshonra, ya que a pesar de todo compartían madre.
Y es que Luis Bolsán era uno de esos tipos con un magnetismo especial, que solamente lo utilizaba para atraer quilombos (no sólo a él, sino que tenía la increíble capacidad de salpicar a los que lo rodeaban). Su infancia y adolescencia las recordaba como una vaga nebulosa en la que siempre había una palabra… una acción que la describía: el eterno zafar como sea. Las novias le duraban poco, cosa que no parecía interesarle y la verdad que su descuidado aspecto (rozando lo sucio) nada lo ayudaba. El siempre se preparaba para lo que venía; “¡va a ser la bomba!, repetía como un disco rayado ésta frase que, años después los que lo llegaron a conocer, temblaban cada vez que la escuchaban salir de sus labios.
Buscavidas sería la definición perfecta para describir su actividad, su modo de ganarse la vida. Vida que parecía una montaña rusa, con subidas que le permitían encender los Particulares que fumaba como una obsesión con fajos de Pesos Ley, hasta descensos que lo llevaban a tener que guardar los clasificados del Clarín para cagar en ellos y revolear el contenido desde la ventana de la casa materna (que sólo abandono cuando la madre murió y hubo que venderla para pagar las deudas contraídas) a las vías del ferrocarril Mitre.
La década de los ochenta fue su pináculo personal. Nunca se aclaró cómo llegó a hacerse un nombre a nivel internacional como representante de artistas (aquí no pasó de un par de gatos de poca monta que llegó a incluir en la publicidad de Hitachi). Lo cierto es que se convirtió en el timón de la carrera de los metaleros ingleses Def Leppard. Pero Luis, como buen cizañero, se las ingenió para sembrar la discordia y casi provocó la ruptura del grupo (que estaba en la cresta de la ola) cuando convenció al brazo izquierdo del baterista que se cortase solo e iniciara una carrera solista. El grupo lo despachó con una dolorosa patada en el orto y sobrevivió a tan difícil contraste convirtiéndose en el primer grupo musical de la historia con un baterista con un solo brazo.
Volvió a la tierra y a pesar del duro revés (contado en detalle en la prestigiosa edición de febrero del ´85 de la revista Pelo), se las ingenió para meterse en el reducido círculo de confidentes del entonces vapuleado y poco considerado entrenador de la Selección Argentina de Fútbol. Fue él el hijo de puta que convenció a Carlos Salvador Bilardo que Nery Pumpido era la mejor opción para el arco… cosa que casi nos lleva a no lograr la gloriosa gesta de México ´86. Años después, ya alejado a trompadas del entorno del Doctor, pudo redimir su grueso error de cálculo gracias a unos peligrosos contactos con la incipiente mafia rusa que le pagaron (vaya a saber uno porqué) un favor con la lesión que alejó al arquero de metegol de la escuadra nacional en la segunda fecha del Mundial, dándonos más chances en aquel soporífero Italia ´90.
Pero antes de esto último, continuó su rastrera carrera de guía de estrellas y llegó a tener bastante influencia (las malas lenguas dicen que a cambio de favores contra-natura) con el Zar de la televisión de finales de los ´80. Gracias a eso, colocó a Enrique Moltoni en los deportes de Nuevediario y éste fue tan desagradecido que lo despidió sin antes bajarle dos pre-molares de un gancho de izquierda. Los rumores de aquellos años achacan ésta reacción a que le insistía que la frase “por lo menos, así lo veo yo” tenía que ser su muletilla, algo que para el periodista que escondía su estrabismo detrás de oscuras gafas de monturas de nácar le pareció una tomadura de pelo.
Poco después, la frase de la discordia se convirtió en el sello de presentación de un ridículo ex árbitro, putero y jugador empedernido, que llevó a nuestro protagonista a enzarzarse en una batalla judicial por los derechos que aún duerme en algún cajón de los Tribunales. Los noventa lo encontraron con el pie cambiado, el había apostado todo al Pocho Angelóz y trasladó su centro de operaciones a Córdoba.
Rápidamente se reubico y en poco tiempo logró hacer realidad el más profundo terror de Ernesto Sábato, haciendo realidad la oscura organización que el célebre escritor denunciaba en su famoso “Informe sobre ciegos”. Fueron los años en los que se transformó en el absoluto amo y señor de las línea A, B y D del subte, manejando lo que Santo Biasatti bautizó como “la mafia de las ballenitas”. Sus contactos con las subalternas esferas del poder menemista lo llevaron a controlar el monopolio del hoy tan olvidado complemento masculino.
No supo adaptarse a los cambios que se avecinaban en el país, el fin de la época de la pizza con champán fue su ocaso también. A partir de que la Alianza subió al poder, Clotilde le perdió el rastro. Sólo creyó reconocerlo años después en Crónica TV con el torso desnudo y comandando hordas de vecinos que, cacerola en mano, pretendían cambiar la historia.
Ahora apretada como sardina (perdió el diferencial), volvía a Escobar con las cenizas de su hermano en una bolsa de supermercado dentro del bolso. En silencio recordaba el único momento tenso que vivió durante el velatorio, cuando la (única) mujer se acercó despacio y respetuosamente al féretro, se asomó y le dio una sonora bofetada al difunto, para luego marcharse en paz y en silencio.
¿Fue Bob Dylan el que dijo aquello sobre que la muerte no redime a nadie?... ¿o lo dijo Samba Quipildor? No importa, la sonrisa que se le dibujaba en la cara no era una mueca, tampoco hacía caso omiso a los gritos y los ofrecimientos de ayuda de los pasajeros conmovidos. No le importaba, daba igual. ¡Qué se joda!, pensaba… mientras se le escapaba un suspiro de alivio y le agradecía mentalmente al punga que le arrebató el bolso en el abarrotado 60.

1 comentario:

Sir Lothar Mambetta dijo...

Bolsán, Bolsán... me suena.