CUANDO UN AMIGO SE VA

Falleció estando sano, a la edad de 93 años hace acaso, dos semanas.
Lo conocí en Bogotá, a fines de 1997, cuando fuera invitado a dar unas charlas para Colcultura y llegó a esta ciudad por primera vez.

La Junta Directiva de nuestra persistente “Asociación Argentina en Colombia”, me encomendó la tarea de recibirlo y de solicitarle -mangarle- una charla destinada a los socios, sobre el tema de su preferencia.
El día de su arribo, fui hasta el aeropuerto. Tan solo había leído alguno de sus artículos en La Nación y no tenía una idea clara del personaje que recibiría.
Me encontré con un hombre de baja estatura y frágil apariencia, embutido en una traje de invierno, color café -que usó con exclusiva insistencia durante toda su estadía-, el que detrás de unas gafas enormes mostraba una mirada intensa y burlona, portador de una maletita pequeña y raída y que, a juzgar por su liviandad, parecía no contener nada. Pequeño y arrugado, irónico y suspicaz, parecía un gnomo celta disfrazado de ciudadano del siglo XX.
Nos saludamos y luego de convenir una cita para almorzar al día siguiente, lo transferí al comité de recepción de la entidad oficial que lo había invitado y no pensé más nada hasta que llegó el momento de recogerlo de su hotel.
Al evocar esos pocos días que compartí con Koremblit, pienso que tuve la suerte de encontrarme con un Maestro, uno de aquellos seres especiales que rompen las campanas de los sacerdotes tibetanos cada vez que se hacen presentes.
La imaginación, amplitud y el humor de su charla erudita eran asombrosas y sus neologismos ingeniosos me provocaban un gozo intenso. Escritor, periodista, ensayista, académico premiado, su creación ha sido inmensa.
Almorzamos y cenamos varias veces. A una de esas cenas invité también a Tito Arauz que por aquel entonces era profesor de lingüística del Instituto Caro y Cuervo -creí necesitar de ayuda para cargar con tanta erudición- pero las metáforas y el humor de nuestro invitado -además del vino- nos hicieron felices todas las veces.
Transcribo lo que creo que Bernardo escribió a modo de lema personal, tal vez, su verdad, en la primera edición de su obra “El Humor: una estética del desencanto”:

“Creo que esto es lo único que sé y lo único que vale de lo que pueda saber: que el hombre es una criatura limitada, por muy denso que sea su intelectualismo, por muy vasta que sea su cultura, por muy destellante que sea su inteligencia. Una criatura muy limitada, muy limitada, pobre criatura querida. Pero hay un único hombre que dentro de su restricta y demarcada y enjaulada limitación es capaz de saltar hacia lo prodigioso ilimitado en una pirueta de volantinero, en una cabriola de funámbulo que supera su congénita limitación: ese único hombre es el humorista.”
Hicimos algunos paseos por Bogotá -la plaza de toros, el cerro de Monserrate- la charla para los miembros de nuestra Asociación no pudo cumplirse. A cambio y desde Buenos Aires, me envió un artículo para nuestra revista, cuyos originales -rayados y corregidos por el mismo- guardo cuidadosamente. Su título: “Buenos Aires, tema de inspiración literaria”. Entre otras sentencias desopilantes, nos expresaba:
“He de reconocer que no es solo la ciudad de Baldomero Fernandez Moreno, de Corrientes y Esmeralda y de las chicas de Plaza Flores, las que, según Oliverio Girondo, apretaban las piernas para que no se les caiga el sexo en la vereda, sino el globo el que ha empezado a vivir el Apocalípsis, esto es el final de los tiempos. Lo diré suspirando: antes andaban los ángeles por la tierra: hoy ni siquiera están en el cielo. Esta es una verdad como el sol de todos los días, incluyendo los días nublados. Y según los pronósticos, los análisis y los chequeos seguirá siendo así mientras el mundo gire, y en mi modesta y humilde pero autorizada opinión, seguirá siendo aunque deje de girar.”
Luego de esto, recibí algunas cartas más. Una de ellas está tipeada sobre el revés de un folleto a mimeógrafo de una Fundación que invitaba a una conferencia de Bernardo sobre “Los sueños y la realidad de Emma Bovary” para el 7 de agosto de 1993. Su carta terminaba diciendo: “No vaya al acto indicado al dorso, porque terminó hace 4 años.”
Se nos ha ido, pero no tan lejos. Puede que lo encontremos en el cielo, el del Dante, contemplando a Beatrice y ese cielo lo llevamos dentro nuestro.
Bien pudiera también hallarse en el infierno, sonriéndole a los fuegos eternos, pero ese infierno, amigo, lo vivimos aquí, ahora y también dentro de un rato.
Es por ello que creo que no se ha ido, tan solo ha tomado alguna distancia. Me lo encontraré muy seguramente disimulado en la corteza de un roble, porque es un duende, un gnomo creativo y esas criaturas son inmortales.

Juan Kaiser (Bogotá, 08 de marzo de 2010)


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