PASIÓN DE MULTITUDES

¿Por qué el fútbol despierta emociones extremas? ¿Por qué el resultado de un partido es capaz de condicionar el humor de la semana? ¿Una fiesta popular o el nuevo opio de los pueblos seducidos por el marketing? Sociólogos, ensayistas y psicoanalistas analizan un fenómeno que en estos días está más que exacerbado.
Cuenta la leyenda que la pasión es el territorio femenino y la razón, el masculino. Claro, no es una leyenda, sino el producto de siglos de patriarcado y discriminación de género: la razón, ese instrumento que garantiza el poder, debía ser propiedad del género que se instituía como dominante. Pero, en su pretensión imperialista, los hombres decidieron que no podían concederles a las mujeres la propiedad exclusiva de lo pasional. Y entonces inventaron el fútbol.

Pablo Alabarces – Doctor en Sociología e Investigador del Conicet

10 comentarios:

jujotorres dijo...

El de la foto de la derecha es el mágico Criber desparramando nieve en el talento...






... ¿y viceversa?

Sir Lothar Mambetta dijo...

"El futbol es la cosa más importante de las cosas no importantes" dijo el charlatán de Valdano y es una de las pocas frases de todos los pelotudos, ladris e hijos de puta que arruinan y especulan con el juego más lindo del mundo, con las que estoy de acuerdo.

Hubiera jurado que el de la foto era el abdominable Palermo de las nieves. ¿Es un pionono esférico, eso?

Criber dijo...

Lo único que desparramé constantemente ese día fue mi humanidad por la superficie de la cancha. Después lo que no desparramé fue vergüenza al hacer circular la foto y no confesar lo anterior.

Estimado Lothar: no sé si efectivamente era un pionono esférico, pero en tal caso ese sí que sería refrescante, no cree ud?

Sir Lothar Mambetta dijo...

No sólo lo creo, sino que hasta me da frío pensarlo.

Esdian dijo...

¿El opio de los pueblos?
Eduardo Galeano (Uruguay)

¿En qué se parece el fútbol a Dios?. En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que el tienen muchos intelectuales.

En 1880, en Londres, Rudyard Kipling se burló del fútbol y de "las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan". Un siglo después, en Buenos Aires, Jorge Luis Borges fue más que sutil: dictó una conferencias sobre le tema de la inmortalidad el mismo día, y a la misma hora, en la selección argentina estaba disputando su primer partido en el Mundial del '78.

El desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere.

En cambio, muchos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.

Cuando el fútbol dejó de ser cosas de ingleses y de ricos, en el Río de la Plata nacieron los primeros clubes populares, organizados en los talleres de los ferrocarriles y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces, algunos dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron esta maquinación de la burguesía destinada a evitar la huelgas y enmascarar las contradicciones sociales. La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de una maniobra imperialista para mantener en la edad infantil a los pueblos oprimidos.

Sin embargo, el club Argentinos Juniors nació llamándose Mártires de Chicago, en homenaje a los obreros anarquistas ahorcados un primero de mayo, y fue un primero de mayo el día elegido para dar nacimiento al club Chacarita, bautizado en una biblioteca anarquista de Buenos Aires. En aquellos primeros años del siglo, no faltaron intelectuales de izquierda que celebraron al fútbol en lugar de repudiarlo como anestesia de la conciencia. Entre ellos, el marxista italiano Antonio Gramsci, que elogió "este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre".

Sir Lothar Mambetta dijo...

¡Chupémonos esa mandarina!
¡Qué bueno verte por acá, Esdian!

Esdian dijo...

Cual mandarina? pasamos de la alverja a las frutas de estación?
Que bueno verte desde aca mambetta

jujotorres dijo...

"Qué lástima que la gente no es tan sabia
de mirar solo a los ojos para la verdad saber.
Y quitar respaldo popular,
si otra cosa no se puede hacer.
Tarda un tiempo el pueblo
para abrir su puerta pero
cuando la abre pone llave y te encierra."

Sigue más abajo... y es lo que pienso del tema. Muchas gracias por pasarte y te espero todas las semanas

n o i s e r d o dijo...

¿Que es un intelectual?

Saludos!

Esdian dijo...

nadie dijo lo contrario. Te dejo otro cuento, antes de irte a la cama.

El Mundial del 78

En Alemania moría el popular escarabajo de la Volkswagen, el Inglaterra nacía el primer bebé de probeta, en Italia se legalizaba el aborto. Sucumbían las primeras víctimas del sida, una maldición que todavía no se llamaba así. Las Brigadas Rojas asesinaban a Aldo Moro, los Estados Unidos se comprometían a devolver a Panamá el canal usurpado a principios de siglo. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas. En Nicaragua tambaleaba la dinastía de Somoza, en Irán tambaleaba la dinastía del Sha, los militares de Guatemala ametrallaban una multitud de campesinos en el pueblo de Panzós. Domitila Barrios y otras cuatro mujeres de las minas de estaño iniciaban una huelga de hambre contra la dictadura militar de Bolivia, al rato toda Bolivia estaba en huelga de hambre, la dictadura caía. La dictadura militar argentina, en cambio, gozaba de buena salud, y para probarlo organizaba el undécimo Campeonato Mundial de Fútbol.

Participaron diez países europeos, cuatro americanos, Irán y Túnez. EL Papa de Roma envió su bendición. Al son de una marcha militar, el general Videla condecoró a Havelange en la ceremonia de la inauguración, en el estadio Monumental de Buenos Aires. A unos pasos de allí, estaba en pleno funcionamiento el Auschwitz argentino, el centro de tormento y exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada. Y algunos kilómetros más allá, los aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar.

«Por fin el mundo puede ver la verdadera imagen de la Argentina», celebró el presidente de la FIFA ante las cámaras de la televisión. Henry Kissinger, invitado especial, anunció:

—Este país tiene un gran futuro a todo nivel.

Y el capitán del equipo alemán, Berti Vogts, que dio la patada inicial, declaró unos días después:

—Argentina es un país donde reina el orden. Yo no he visto a ningún preso político.

Los dueños de casa vencieron algunos partidos, pero perdieron ante Italia y empataron con Brasil. Para llegar a la final contra Holanda, debían ahogar a Perú bajo una lluvia de goles. Argentina obtuvo con creces el resultado que necesitaba, pero la goleada, 6 a 0, llenó de dudas a lo malpensados, y a los bienpensados también. Los peruanos fueron apedreados al regresar a Lima.

La final entre Argentina y Holanda se definió por alargue. Ganaron los argentinos 3 a 1, y en cierta medida la victoria fue posible gracias al patriotismo del palo que salvó al arco argentino en el último minuto del tiempo reglamentario. Ese palo, que detuvo un pelotazo de Rensenbrink, nunca fue objeto de honores militares, por esas cosas de la ingratitud humana. De todos modos, más decisivos que el palo resultaron los goles de Mario Kempes, un potro imparable que se lució galopando, con la pelambre al viento, sobre el césped nevado de papelitos.

A la hora de recibir los trofeos, los jugadores holandeses se negaron a saludar a los jefes de la dictadura argentina. El tercer puesto fue para Brasil. El cuarto, para Italia.

Kempes fue el mejor jugador de la Copa y también el goleador, con seis tantos. Detrás figuraron el peruano Cubillas y el holandés Rensenbrink, con cinco goles cada uno.

El futbol a sol y sombra, Eduardo Galeano.