LO QUE QUEDÓ EN LAS ISLAS

“EL GUIRI” (JujoTorres) © 2005
Para los españoles, un inglés es el típico turista que se hincha a cerveza y queda rojo (como un camarón) con el sol de las playas ibicencas, de las Baleares o de Marbella y viste atuendo (ridículo) de “guiri”, nombre con el cual se bautizó a éste ejemplar por éstos parajes. El mismo consiste en unas gafas de sol con su necesario cordón alrededor del cuello (para no tener que lamentar un inevitable vuelo y el posterior destrozo de las mismas, a raíz de los litros y litros de alcohol que minan su motricidad y alteran el equilibrio), el vestuario lo completan una camisa y un bañador con los colores y estampados más estrambóticos que haya en plaza. Últimamente cambiaron el siempre sudoroso jipi-japa por una visera al más puro estilo yanqui.
Para los argentinos son los eternos enemigos, las huestes invasoras comandadas por el general Beresford, echadas de las coloniales calles de Buenos Aires a fuerza de sangre, sudor y aceite hirviendo. Son el recuerdo de la bruja Margaret Tatcher y de los miles de jóvenes que encontraron una muerte innecesaria y evitable en la Guerra de las Malvinas, el cobarde y traicionero hundimiento del crucero General Belgrano, son la escoria colonialista y asesina. También recuerdan el dulce momento de “la mano de Dios” y el referente del mejor gol de la historia de los mundiales de fútbol. A la vez se les venera y se perdona su condición de “gringos”, para rendirse a los pies de sus embajadores musicales (los incombustibles Rolling Stones).

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Agosto es un mes en el que la comarca se desborda de turistas, los emigrantes, sus hijos y algún que otro amigo llenan los pisos y pueblos de la periferia, dándole vida y un poco de oxígeno a la economía local. Vienen de América (México, Panamá, Venezuela y unos pocos de Argentina), de Europa (Francia, Alemania, Suiza y Países Bajos principalmente) y los internos (aquellos que se marcharon a Madrid, Barcelona o al País Vasco). Colapsan el tráfico local e inundan las terrazas de las cafeterías. Para la inmobiliaria es un mes de mucho movimiento pero de poca “caja”, principalmente se atienden a aburridos que pretenden matar el tiempo ocioso averiguando el precio de todo lo que hay en cartera... hasta incluso son capaces de preguntar por una maqueta o por algún artículo decorativo.
Éste año, el buen tiempo y el calor (¡el sol!... algo que escasea por éstas latitudes) se están comportando debidamente y nos obsequian unos días que son la envidia de otros destinos con más tradición turística. Igualmente, se nota la crisis a nivel mundial, se padece la devaluación del dólar y del franco suizo que mermaron el poder adquisitivo de una gente acostumbrada a arrasar y llevar (y ostentar) una vida de jeque en ésta época estival. El potencial comprador se volvió más selectivo y cuidadoso para la inversión, septiembre y octubre (tradicionales meses de bonanza) darán el veredicto de éste tramo fundamental del año.
Días atrás llamó poderosamente mi atención un individuo que se pasó gran parte de la tarde observando el escaparate y apuntando todo en una pequeña libreta. Su tez morena aceitunada, la calva reluciente, los vivaces y expresivos ojos color tierra no me dejaban entrever ni su origen ni su edad a ciencia cierta, estaba claro que la falta de un complemento (vistoso) de oro no lo encajaba en el lote de “mexicanos” y la ausencia de marca en su camisa de mangas denotaba su no pertenencia al grupo de “internos” y/o “externos” de Europa.
Lo que más me desorientó fue su cuidado y particular bigote tipo “mostacho” que, unido al color de su piel, lo asemejaba mucho a aquellos corsarios de los libros de Emilio Salgari. Al final, se decidió a entrar y su inconfundible acento “five o´clock” lo delató como “guiri”. Fue realmente admirable el empeño que puso para romper la barrera idiomática que nos separaba y gracias a un mutuo esfuerzo por comunicarnos, logró hacerme entender que buscaba una casa en las afueras del pueblo de valor no superior a los ciento cincuenta mil euros, se despidió gentilmente y prometió volver con su mujer que sí hablaba español. Efectivamente, al poco tiempo (y en el mismo día) volvió Keith (así era su nombre), acompañado por una joven mujer entrada en carnes y con un inconfundible acento centroamericano. Retomamos el tema de la casa y quedamos para el día siguiente a la tarde, cuando visitaríamos un par de propiedades que, a priori, encajaban dentro de los parámetros de su búsqueda.
Con puntualidad inglesa se presentaron al día siguiente Keith y su mujer, luego de los correctos saludos de rigor, nos dirigimos hacia los pueblos de la periferia en donde se encontraban las propiedades a visitar. El viaje se presentó muy ameno y, mientras el “guiri” miraba por la ventanilla del asiento del acompañante todo el verde y rural paisaje que dejábamos atrás, su mujer (que era cubana) me comentaba su experiencia de recién llegados. Llevaban casados algo más de diez años (tenían una hija) y después de vivir todo ese tiempo en Birmingham, habían decidido cambiar la estresante ciudad por la calma de los pueblos de Galicia, donde pensaban afincarse al ser los padres de ella nativos de aquí. A pesar de estar casada con una latina, Keith no parecía muy dúctil en el español, lo cual compensaba con una extrema amabilidad y un envidiable modo de hacerse entender mediante gestos o palabras sueltas en “espanglish”.
Por las apreciaciones que hacia sobre cada una de las propiedades que fuimos viendo, rápidamente caí en la cuenta de que entendía de construcción y que tenía muy claro lo que buscaba. Luego de visitar todas y cada una de las casas como habíamos pactado previamente, emprendimos el regreso a la oficina bajo un sol cada vez más insoportable. A diferencia del viaje de ida, ésta vez Keith parecía decidido a intervenir en la conversación animada que seguíamos manteniendo con su esposa, la cual giraba en torno a nuestra querida y añorada América Latina. Mientras el calor iba caldeando el ambiente del auto, se produjo un quiebre con respecto a lo que venía sucediendo:

- Seguramente que en Inglaterra se vive mucho mejor, pero también es todo más frío... las relaciones personales, todo... sentía que me estaba volviendo un robot.

- Aquí, por suerte, a pesar de ser Europa, vas a encontrar otro tipo de gente... más latina con respecto a las relaciones personales, mucho más abiertos.

- Seguro... ¿a ti te costó mucho dejar México?

- Es que no soy mexicano... soy argentino.

Abruptamente, Keith dejó de mirar el paisaje. A través del retrovisor, su mujer fijó la mirada en la figura de su marido. Sentí que ese instante, ese segundo, se hacía eterno y el aire se volvía tan espeso que se podía cortar con un cuchillo. El “guiri” me miró con dolor, como si le hubieran escarbado en una herida aún abierta y, mientras señalaba algo que parecía ser los restos de un tatuaje en su velludo antebrazo, me dijo:

- Falkland Islands... -a lo que agregó algo entre dientes, como un susurro de lo que creí entrever “war” y “bad”.

Todo duró menos de medio minuto, pero fue suficiente para desatar un torrente de imágenes e información en mi cabe...

“Comunicado Nº del Estado Mayor Conjun...to de neblina, no las hemos de olvidar, las Ma..ndarina, mandarina, no se hagan los boludos y devu...elgrano ha sido hundido, hay más de 300 desapare...si quieren venir, que vengan, les presentaremos ba...ta Méndez continúa las negociaciones de un alto el fuego ante la ONU... nca nos rendiremos, las Malvinas son Argentinas”.

Fue un conflicto que marcó mi niñez y la de varias generaciones de nuestro país, una guerra evitable en donde murieron muchos jóvenes inocentes, mucho dolor y frustración. A pesar de que en mi familia no toco la mala fortuna de la muerte, si sé de casos cercanos desgarradores con gente que murió en el hundimiento del Crucero Gral. Belgrano, y de otra persona que se suicidó al no soportar los fantasmas de la guerra. Me conmueve sobremanera cada vez que me encuentro delante del imponente Monumento a los Caídos en Quequén, o ante el bellísimo mausoleo ubicado en la porteña Plaza San Martín. Jamás se me ocurrió que en mi vida me cruzaría con un ex–combatiente inglés... pero sucedió. Y la verdad es que no supe ni quise manejar la tensa situación que se creó después de aquello.
Continuamos el resto del viaje envueltos en un sepulcral silencio, llegamos a la oficina y quedamos en que volverían al día siguiente a ver otras propiedades. Keith seguía como ido, estaba físicamente aquí pero seguramente en su cabeza se había desatado un torbellino de recuerdos y situaciones pasadas que lo dejaron en una nube. Luego, su mujer, me comentó (a escondidas) de que, efectivamente, su marido había estado en la Guerra de Malvinas y nunca había hablado nada de su experiencia allí, pero sabía (y yo lo había comprobado), que no había sido nada agradable.
Por un segundo me odié por no poder odiar a ese “guiri” asesino, no me salió el orgullo patriótico ni nada por el estilo, simplemente no sentí ningún resquemor parecido al rechazo ante un hombre que, se notaba, había sufrido y padecido ese conflicto pero desde el bando contrario. Nos despedimos de una manera fría pero a la vez cordial, los ojos del “guiri” seguían mirándome pero sin verme, reconfirmamos la cita para el día siguiente. No me extrañó que no vinieran.
Meses después volví a encontrarme con Keith en un bar, me invitó la consumición y luego le devolví el gesto invitándolo también. Veíamos un partido de fútbol en mesas distintas y alejadas, nos saludamos al despedirnos y volví a notar que su mirada se perdía en algún frío lugar de las islas.


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