LA BISAGRA

“SUDESTADA” (JujoTorres) © 2009
Todas las parejas, estén casadas o no, tienen un momento único e inolvidable, una situación, un viaje o un recuerdo que queda grabado a fuego en la memoria (que es más benévola y realista que el corazón), repetida hasta el hartazgo y con la cual buscan sintetizar un sentimiento, un proyecto común. Ésta historia será transmitida de generación en generación, magnificada, algo desvirtuada por el boca a boca y gracias a las penumbras ocasionadas por el tiempo transcurrido. Hay ejemplos a punta pala al respecto, el que me viene a la memoria en éste instante es la pedida de mano del ahora Rey de España (Juan Carlos de Borbón) a la princesa griega Sofía, con anillo volador entre embarcaciones incluido. Lo cierto es que marcan un antes y un después en la relación.
Recuerdo nítidamente la calurosa tarde en la que recorrí las muchas cuadras (más de treinta, bajo el inclemente y húmedo sol primaveral) que separaban el que hasta ese momento era mi trabajo (ubicado en la avenida Independencia) y la cabina de Telecom de la esquina de Salguero y Santa Fe. Pasé delante de la facultad (en la calle Medrano) y ni siquiera miré para ella, poco o nada me importaban los estudios, la vida me daba otro golpe directo a la mandíbula en un momento en el que intentaba mantenerme de pie, para aunque sea lograr arrebatar un digno empate o al menos una decorosa derrota por puntos. La verdad es que no podía (y parecía como si hubiera un complot en mi contra), no me dejaban levantar cabeza.
No creo faltar a la verdad si asevero que en aquel momento, sudando a mares, con ganas de parar a alguien de los muchos que caminaban por la transitada avenida para romperle la cara a trompadas, con una desilusión y una rabia como nunca antes había experimentado, sentí un instante de calma e inmediatamente tomé una de las decisiones más importantes de mi vida.
Las estrecheces propias de la precaria situación económica que atravesaba, eran la causa de la inexistencia de billetes en mi poder, solo unas pocas y racionadas monedas tintineaban en uno de mis bolsillos. Entre tanto desconcierto y desaliento, su imagen, su sonrisa y su apoyo fueron la luz y la energía que me hicieron olvidar el enésimo fracaso, sacar fuerzas de donde no tenía y seguir para adelante.

Una tostadora… una ordinaria, vulgar y normal tostadora que compré a dos pesos, juntando la miseria que llevaba encima.

- Hola Negra -saludé con un hilo de voz, indisimulablemente triste y derrotada.

- Que tal, ¿qué paso al final?

- Nada… no nos renovaron, nos dejaron en la calle.

- ¡Qué hijos de mil puta! -sincera bronca, acumulada durante tantos días de incertidumbre.

- No te preocupés… no pasa nada, nuestros planes siguen adelante. ¿Sabés una cosa?... acabo de comprar nuestro primer mueble -con el labio inferior cubriendo el superior, saboreaba las primeras lágrimas saladas que me hacían arder las mejillas.

- ¿Q... qué? -ella no era tan experta en disimular la tristeza.

- Que no importa, recién compré una tostadora en un bazar y ésta mierda metálica que tengo en la mano, es nuestro primer mueble y…

- ¡Te amo!

- … nada ni nadie, va a impedir que nos vayamos a vivir juntos, ¿sabés? Sos vos, lo tengo clarísimo y ningún burócrata de mierda nos va a joder la vida -a esa altura, mi voz entrecortada y los hipidos provocados por el llanto, eran difíciles de ocultar.

- ¡Te amote amo… te amo!

- Yo también, mi negrita. Todo va a salir bien. Nos tiene que salir bien.

- No te calientes, tranquilo, seguro vas a encontrar algo. Nos vemos a la noche, mi amor.

- Nos vemos, un besito.

- Chau.

- Chau.

A pesar de sentirme el tipo con más mala suerte del mundo, con problemas personales y familiares, recién despedido (injustamente) del trabajo y con un difícil panorama por delante, esa voz, la Negra, una bellísima persona que había llegado hacía nada a mi vida, era mi motor. Era ella, como solía decirle. Con heridas recientes y todavía en fase de cicatrización, fuertes peleas y a pesar del poco tiempo que llevábamos juntos, estaba seguro de que era la persona más importante de mi vida.
Aquella decisión impulsiva me obligaba a tener que seguir caminando hasta Pacífico, para intentar colarme en el tren para llegar a casa. Sentí la bisagra que separaba un “antes” doloroso y marcado por la mala suerte, de un “después” lleno de proyectos y ansiada felicidad.

Y todo gracias a una tostadora… una ordinaria, vulgar y normal tostadora que compré por dos pesos, juntando la miseria que llevaba encima.

1 comentario:

jujotorres dijo...

Mirá que metimos boludeces en la valija... y lo más importante, la tostadora, la dejamos en Buenos Aires.